Tras diversas experiencias no satisfactorias con la psicomagia y con expresidiarios drogados en el desierto de Sonora, los Liquidadores necesitaron nueva paz y descanso, reposo y salud. La antigua amistad con una banda local, los Hermanos Cortés, les indujo a dirigirse hasta la costa del Caribe, a unas palapas cerca de Tulum, esas cabañas que aguantan huracanes y tormentas tropicales, que pasan como una cortina de agua espesa, por encima de todo y se anuncian con negrura desde el fondo del mar, muy a lo lejos, con ruido lejano y luces sordas. En uno de los caminos bajo el sol y solitarios, entre manglares y cenotes, Don José encontró un trabajo en un bar llamado el Tábano, con veladas musicales al caer la noche para turistas norteamericanos y canadienses, lunamieleros y cangrejos del tamaño del pecho y del corazón de un hombre. Por las mañanas los Liquidadores madrugaban, descansaban bajo los cocoteros, tomaban el sol sobre la arena blanca, miraban atentos a los albatros oscuros de plumas sucias. Disfrutaban de una plácida vida, pero era inevitable y forzoso: con el mar salvaje alrededor y con pirámides mayas escondidas bajo la jungla, todavía seguía latiendo en ellos la fatalidad. Y no era reprimible, siempre estaba ahí expectante y en silencio aguardando su momento. Poco a poco, las actuaciones en el Tábano fueron degenerando al terreno de Don José, al baile desenfrenado e hipnótico, a la perversión del cancionero latinoamericano o al espectáculo carnal y arrabalero más explícito. En el Caribe volvieron a caer en todo eso y más, sí, poco a poco, pero sin vuelta atrás ni remedio. Los dueños del Tábano, primero atraídos pero después escandalizados por el embrutecimiento general, no se dejaron embaucar por los Liquidadores cuando estos pidieron desarrollar veladas pánicas que mezclaran lo salvaje con lo sentimental. Ese fue el punto y final con El Tábano. Pero los Liquidadores tenían un as en la manga: Clara Alba María de La Luz Pasión y Huracán de los Muchos Santos. Una mujer de la cabeza a los pies, de los pies a la cabeza, una señora de las que ya no quedan, natural de Playa del Carmen en Cancún, una mujer de la costa acostumbrada a las tabernas portuarias, y por supuesto, amante del mar. Cuando conoció a los Liquidadores, se presentó a ellos dispuesta a ayudarles. Don José, les sigo desde sus primeras veladas en el Tábano y tengo que decirles que les persigue el desamor. A ellos les convenció tal idea. Ustedes son unos ideólogos irresistibles, pero necesitan un representante, un manager que gestione sus relaciones con los empresarios y que canalice su derroche de energía liquidadora hacia la creación pura y hacia la comunicación eficaz con las masas y el gran público. Porque el público siempre les pedirá cada vez más, pedirá que se vacíen enteros en cada actuación, que ofrezcan nuevos trucos y sobresaltos, pero la exhibición de Don José debe ser gradual. Los Liquidadores tendrán que actuar con cuidado, con sigilo, sin apresurarse y sin provocar miedos ni llantos. ¿Ustedes, muchachos, han grabado algo de su repertorio? Pues primero grabaremos unas cuantas canciones, no muchas, sólo una pequeña muestra de lo que son capaces. Será un breve reflejo de su luz inmensa, de los rayos intensos y alargados que les pertenecen e iluminarán muy lejos, porque después les prometo que iremos a La Habana, a Trinidad y a Cienfuegos, a muchas otras regiones, y expandiremos su música y revolución por todo el mundo. ¿Qué les parece muchachos? No les falta tesón Liquidadores, sólo hay que pulir ese imaginario calenturiento y sus deudas con el cancionero latinoamericano. Sigan el camino que les propongo, ¿han bailado ustedes alguna vez el Calipso? Lo bailarán, al son de un trombón triste, porque persistir es morir, pero déjense de chingadas y de moralejas para frágiles, o su empresa, sin remedio, sólo encontrará el desamor y el abandono. ¿No se dan cuenta que les persigue el desamor? Aquella mujer flaca y mestiza (pero que en este caso, ni el color de su piel ni su delgadez vienen a cuento ni son importantes) era franca y no mentía, no era de las embusteras ni postizas, era real como los Liquidadores, e incluso sintieron una atracción por ella que nunca negaron pero les resultaba prohibida, un amor prohibido porque conduciría a la fatalidad y al desencuentro de Don José, hasta ese momento, completos hermanos, semejantes, carnales. Dadas las circunstancias, se dedicaron por fin a lo que tenían que hacer y se hicieron hombres de negocios, ofreciendo sus canciones y tragos con el fin de aclarar las penas de los corazones abandonados. Tras varias sesiones de grabación confusas y extrañas, bizarras y caóticas en un estudio bajo tierra infectado de fauna nociva, aplicaron las técnicas que conocían de la Música Bruta y Automática. Tanta teoría e impostura les trajo de sí mismos, de sus mismísimos pellejos y entrañas, sin más y en unos pocos días, la grabación de las canciones que presentan en su primera y única maqueta, tal vez la última, quién sabe, de estos muchachos atropellados pero decentes. Y le dieron por nombre “Al fin que para morir nacimos”, título que bien pudo ser “A ver a un velorio, a divertirse a un fandango”.
Fin de la primera entrega de Don José Liquidadores, “Al fin que para morir nacimos”. Virgen de Guadalupe, los Liquidadores te llevan en el pecho, perdónales si faltaron a la verdad.
credits
from Al fin que para morir nacimos,
released December 24, 2013
Texto perteneciente al relato "LOS SUCESOS NOS PONEN EN NUESTRO SITIO": sobre cómo la banda Don José Liquidadores aterrizó en México y desarrolló allí su oficio con maestría hasta grabar las canciones que componen su primer trabajo "Al fin que para morir nacimos".
Rocknroll, fandangos y surf, para todo tipo de fiestecitas. Hacen garaje, psychobilly, y alguna que otra jota. También
spaguetti western endemonidado y cancionero latinoamericano.
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